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viernes, 28 de marzo de 2008

Población Humana en el mundo octavo año

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<>Consecuencias del crecimiento demográfico
Consecuencias del crecimiento demográfico

Por Kenneth Pomeranz

La población, o número de habitantes de una determinada región, afecta a todos los aspectos de nuestro mundo, desde las oportunidades económicas hasta los cambios en el medio ambiente y en las experiencias de la vida cotidiana. La comprensión de las tendencias a largo plazo resulta esencial para efectuar las proyecciones necesarias para una planificación inteligente en las áreas de economía, protección del medio ambiente y sanidad, así como para entender que, aun cuando otras muchas sociedades hayan sufrido análogas transformaciones a largo plazo en sus estructuras de población, sin embargo sus experiencias y métodos pueden ser muy diferentes. Las preferencias culturales, los incentivos económicos y las políticas gubernamentales que generan los cambios demográficos presentan ciertas analogías, pero no se pueden reducir a una simple fórmula o generalización.

A la hora de estudiar las poblaciones, los demógrafos y los sociólogos analizan las tasas de natalidad y de mortalidad y la esperanza de vida media. Además, investigan si la gente planifica el momento, el género y el número de hijos. El hecho de que las personas crean o no en su capacidad para planificar la familia y lo que harán o dejarán de hacer para su control, revela igualmente mucho acerca de sus actitudes respecto a la naturaleza, la moral y sí mismos.

Analizando los últimos 2.000 años de la historia de la población, las culturas y las creencias de la humanidad podemos detectar hábitos que permitan vislumbrar posibles tendencias de crecimiento futuro de la población.

Una revolución en cifras

Durante la mayor parte de la historia, la población global ha sido cíclica, sin evidentes tendencias a largo plazo. Una estimación sugiere que hasta el año 1500 aproximadamente este crecimiento era por término medio del 0,0002% anual, lo que se traduce en un incremento de 5 personas al año en todo el mundo entre los años 10000 y 4000 a.C., momento en el que nuestro planeta estaba habitado por unos 20.000.000 de individuos. A lo largo de los siguientes 4.000 años la población aumentó a un ritmo ligeramente superior, alcanzando una cifra cercana a 200.000.000 durante el I siglo d.C., manteniéndose así durante 600 años. Durante los siguientes 650 años creció un 75%, a un ritmo anual inferior al 0,1%. Curiosamente, algunas ruinas de antiguas ciudades y asentamientos parecen indicar que ciertas poblaciones urbanas contaban con el mismo número de habitantes a principios del primer siglo de nuestra era que en el año 1500.

La población humana en 1250 se hallaba fuertemente concentrada en unas cuantas regiones donde se practicaba la agricultura sedentaria y surgieron las ciudades. Cerca del 75% del total de la población vivía en el 6 ó 7 % de la superficie terrestre seca de nuestro plantea, promediando 65 habitantes por milla cuadrada (aproximadamente equivalente a la Europa de 1650 o al actual estado de Texas). El 93% restante del territorio mundial no se hallaba habitado o servía de hábitat a pueblos nómadas que vagaban por extensos territorios, con una densidad de unos 0,5 habitantes por kilómetro cuadrado. Prácticamente la totalidad del incremento de la población procedía de la conquista de los nómadas o la conversión de éstos a la agricultura y al asentamiento en poblados. La escasa evolución de las técnicas de cultivo explica la inapreciable variación del número máximo de personas que podían vivir en una cierta superficie.

Hacia el año 1250, la población mundial comenzó otra vez a disminuir debido a la aparición de nuevas epidemias y a la utilización de técnicas de cultivo inadecuadas que provocaron en muchas zonas el empobrecimiento del suelo. Entre tanto, la enorme expansión del Imperio mongol gobernado por nómadas se tradujo en una interrupción del crecimiento del territorio controlado por los pueblos agrícolas y constructores de viviendas. La población mundial no volvió a aumentar hasta el año 1450, fecha en la que se produjo la eclosión.

Crecimiento rápido de la población, primera fase: 1450-1650

Hacia 1450, la población aumentó rápidamente en Asia oriental, Europa y probablemente en la India, existiendo también signos de crecimiento en otras regiones densamente pobladas como Egipto. La población total del mundo pronto alcanzó nuevos máximos, y esta vez las cifras nunca volvieron a caer por debajo de los niveles previos a 1450. A finales del siglo XVII se produjo un ligero descenso, pero hacia el año 1700 la población mundial contaba como mínimo con 600.000.000 habitantes.

Existen muchas teorías para explicar esta variación masiva. Tras la disolución del Imperio mongol y el siglo de inestabilidades que vino a continuación, surgieron en diferentes regiones gobiernos más fortalecidos. Estos gobiernos se beneficiaron de una mejor agricultura, que se traducía en una mayor recaudación de impuestos y mayor número de habitantes, lo que a su vez significaba más soldados. En consecuencia, fomentaron un aumento de cultivos y asentamientos en las regiones fronterizas. No se produjo ningún avance significativo en las técnicas agrícolas, pero merced al aumento de la educación y de la imprenta, las técnicas vigentes se podían transmitir a un número mayor de gente. La medicina continuaba siendo bastante ineficaz, pero la formación y la imprenta contribuyeron a la difusión de ciertos principios básicos de los cuidados infantiles y prenatales, especialmente en China, Japón y Corea.

Crecimiento rápido de la población, segunda fase: 1700-2000

Hacia mediados del siglo XVIII, China, Japón y Europa occidental habían alcanzado nuevos máximos de población y estaban experimentando crecimientos más rápidos que los conocidos hasta entonces. A partir de este momento, dichas regiones conocieron disminuciones de población únicamente temporales y muy ligeras. En el siglo XIX, la mayoría del resto del mundo siguió el mismo camino, rompiendo todas las cifras de población anteriores. Hacia 1800 la población total del mundo era de unos 950.000.000, hacia 1900 de 1.650.000.000 y actualmente ronda los 6.000.000.000. La tasa de crecimiento era posiblemente del 0,3% anual en el siglo XVIII, entre 0,5 y 0,6% en el XIX y de un sorprendente 1,5% en el siglo XX. Algunos países han conocido tasas de crecimiento superiores al 3% anual, doblando su población en un periodo de unos 23 años.

Al existir un mayor número de personas se requería una mayor cantidad de alimentos. En gran parte del mundo el rendimiento máximo posible de alimentos por unidad de superficie no aumentó de manera significativa hasta la invención de los fertilizantes y los pesticidas químicos hacia 1900. Pero en los siglos XVIII y XIX se produjo una gran expansión del área total cultivada, especialmente en el continente americano, en Rusia, Australia y en el sudeste asiático al tiempo que continuaba la difusión de las mejores técnicas de cultivo.

Los cambios en la organización económica y social de muchos lugares sirvieron igualmente de acicate para el crecimiento de la población. Hasta el siglo XVIII muchas sociedades impedían a los ciudadanos contraer matrimonio y tener hijos mientras no fueran capaces de mantener una familia, lo cual, por lo general, implicaba heredar las posesiones de los padres. Pero en el siglo XVIII, especialmente en Europa y en Asia oriental, cada vez más personas se ganaban el sustento trabajando para terceros y sin esperar a heredar las tierras, las herramientas o el comercio familiar. Así pues, comenzaron a tener hijos a una edad más temprana y en mayor número.

A medida que aumentaban las tasas de nacimiento, decrecían las de mortalidad. La disminución de la tasa de mortalidad antes de 1900 no cabe atribuirla tanto a nuevos conocimientos médicos como a la difusión de algunos de los existentes, a las mejoras en la recogida de basuras y en el suministro de agua potable, así como a otras medidas relativas a la sanidad pública. En la década de 1900, las tasas de mortalidad decrecieron tan vertiginosamente que la población ha continuado creciendo incluso en muchos lugares donde las tasas de natalidad han disminuido drásticamente.

Una revolución de actitudes y costumbres: la planificación familiar

Al mismo tiempo que la población mundial se disparaba a partir de 1450, se estaba produciendo algo igualmente importante a nivel individual. En el siglo XVII, o incluso antes, muchas personas ya intentaban planificar el número, el momento de nacimiento y, en determinados casos, el sexo de sus hijos. Sin embargo, no se dispone verdaderamente de pruebas directas sobre estos aspectos debido a la ausencia de registros escritos y al carácter tan personal de las decisiones acerca de la reproducción. Sabemos que algunas personas intentaban controlar el tamaño de la familia utilizando medios ilegales, como el aborto o el infanticidio, lo cual también les obligaba a borrar cualquier prueba de tales prácticas. Como consecuencia de lo limitado de estos conocimientos, todo lo que sabemos acerca del control de la fertilidad está estrechamente ligado a la obra del primer demógrafo (investigador de la población), Thomas Malthus.

Malthus mantenía que una vez que los individuos habían contraído matrimonio, la frecuencia de sus relaciones sexuales venía determinada por unos instintos biológicos que ni la sociedad ni la cultura eran capaces de modificar. Y aunque sabemos que las personas han intentado durante siglos encontrar métodos anticonceptivos que les permitieran las relaciones sexuales sin provocar un embarazo, generalmente se había dado por bueno que no existía un método anticonceptivo eficaz hasta la invención del condón, fabricado con caucho vulcanizado, en el siglo XIX. En consecuencia, hasta el siglo XX la mayoría de los demógrafos mantuvieron que la única forma de rebajar las tasas de natalidad consistía en lo que Malthus denominaba controles preventivos del aumento de la población, impidiendo a la gente contraer matrimonio. Los obstáculos preventivos podían ser exigencias económicas que obligaban a la gente a ahorrar una cierta cantidad de dinero antes de la boda, o prácticas religiosas y culturales que prohibían el matrimonio entre personas pertenecientes a determinados grupos.

Los demógrafos no han podido detectar demasiadas pruebas de controles preventivos fuera de Europa y Japón antes del siglo XX. Pensaban que otras poblaciones sólo se habían regulado mediante lo que Malthus denominaba controles positivos, catástrofes como guerras, epidemias y épocas de hambre. Ahora sabemos que otras sociedades poseían sus propias formas de permitir a la gente un cierto control de su fertilidad.

Por ejemplo, los manuales médicos y las costumbres populares de Asia oriental y del Sudeste asiático describen pociones ideadas para prevenir los embarazos o para provocar abortos. Algunos de tales métodos posiblemente fueran bastante eficaces, no tanto como los del siglo XX, pero lo suficiente como para marcar una diferencia apreciable. Aunque en la mayoría de los casos no podemos reproducir en su totalidad tales pociones, somos capaces de identificar algunos elementos clave, como sustancias químicas que ahora sabemos reducen las probabilidades de dar a luz. Algunas de estas drogas populares eran venenos suaves y resultaban nocivas para las mujeres que las ingerían y algunas probablemente también podían ocasionar malformaciones en los recién nacidos.

De una manera más significativa, muchos registros de los patrones de natalidad mundiales entre los siglos XVII y XX contienen pruebas irrefutables de manipulaciones de las tasas de natalidad. Por ejemplo, en una muestra china el tiempo medio entre el matrimonio y el nacimiento del primer hijo de la pareja es superior a 36 meses, comparados con los 18 meses en Europa. Esto resulta casi impensable sin la existencia de alguna intervención, ya que el 85% de las parejas sexualmente activas que no utilizan métodos anticonceptivos quedan embarazadas dentro de un plazo de 12 meses.

Por otra parte, estudios chinos y japoneses muestran un espacio de tiempo aún mayor entre la boda y el primer parto durante épocas de recesión económica. Esto sólo resulta explicable por la utilización de anticonceptivos, continencia sexual planificada o infanticidios.

La interferencia humana en la reproducción también resulta evidente en la relación entre el número de niños y niñas nacidos. En el caso de no intervenir de ninguna forma para seleccionar el sexo, aproximadamente nacen 105 niños por cada 100 niñas; esto se define como una relación entre sexos del 105. Pero un estudio realizado en una región del noreste de China entre 1792 y 1840 reveló que en las familias con un solo hijo, la relación entre sexos era 576 (casi 6 niños por cada niña). Este porcentaje sugiere que los padres estaban dispuestos y eran capaces de detener la reproducción, y tanto más si ya tenían un hijo.

De hecho, algunas conductas sólo resultan explicables en caso de que los padres mataran deliberadamente a las niñas a fin de conseguir el tamaño de familia y distribución de sexos deseados. En otro estudio que cubre más de 113 años, las parejas de un pueblo japonés que tenían mayoritariamente niños, en el siguiente alumbramiento parían una niña 3/5 de las veces. Sin embargo, las parejas que tenían mayoritariamente niñas, en el siguiente alumbramiento daban a luz un niño 2/3 de las ocasiones. Entre las parejas que dejaban de tener hijos cuando la mujer todavía era joven (lo que pone de relieve una planificación familiar intencionada), el último retoño era frecuentemente una niña si los hijos anteriores eran en su mayoría varones; en cambio en las familias con mayoría de hembras el último vástago era un niño el 83 % de las veces.

Estas actitudes demuestran que, a pesar de la legislación que condenaba el infanticidio, las familias que sólo querían tener un hijo más o que deseaban tener un hijo varón, se deshacían de gran número de descendientes femeninas, aunque en algunos casos en que las familias deseaban tener una hija, se deshacían de los varones. Para bien o para mal, las personas dejaron de confiar en el azar para controlar su fertilidad. Las tecnologías desarrolladas a lo largo de los siglos XIX y XX han conseguido que estas intervenciones sean menos dolorosas y más eficaces.

Una revolución en las esperanzas de vida: la transición demográfica

Hacia finales del siglo XVIII en los esquemas de población humana tuvo lugar un tercer gran cambio denominado, por lo general, transición demográfica. En algunas partes del mundo, el esquema de unas tasas de natalidad relativamente elevadas compensadas por tasas de mortalidad altas comenzó a desplazarse en el sentido de unas tasas de natalidad y de mortalidad más bajas, características de la mayor parte del mundo actual.

Incluso para la clase alta del siglo XVII en lugares de relativa abundancia, como Inglaterra o el delta del Yangtzé en China, la esperanza media de vida en el momento del nacimiento rondaba los 35 ó 40 años. En la mayoría de los demás lugares de los que se dispone de algún registro, la esperanza de vida oscilaba aproximadamente entre 25 y 33 años. En tales circunstancias eran necesarios por término medio 6 hijos por mujer para mantener la estabilidad de la población. En los países desarrollados actuales la esperanza de vida es de 75 años, por lo que sólo se precisan 2,1 descendientes por hembra para mantener la población estable.

La mayor parte del mundo ha experimentado esta transición demográfica, aunque en épocas y con porcentajes diferentes. En un principio, las tasas de mortalidad decrecieron y las de natalidad permanecieron constantes o disminuyeron ligeramente, lo que provocó una explosión demográfica y la destrucción de un viejo equilibrio entre nacimientos frecuentes y defunciones frecuentes. A la larga, las tasas de natalidad continuaron disminuyendo, lo que dio lugar a un nuevo equilibrio con reducidas tasas de natalidad y una población bastante estable cuyos miembros gozaban de una existencia longeva.

En Europa, donde existe la mayor cantidad de pruebas, las tasas de mortalidad comenzaron a descender a finales del siglo XVIII. Concretamente, las tasas de mortalidad de lactantes y niños disminuyeron de manera drástica, en parte debido al descubrimiento de una vacuna contra la viruela y en parte debido a la evolución de las técnicas de alumbramiento.

Sin embargo, el nivel de vida y la esperanza de vida para los adultos no mejoraron notablemente hasta mediados del siglo XIX, época en la que las mejoras de higiene, suministro y almacenamiento de productos alimenticios, vivienda y calefacción doméstica marcaron una diferencia significativa en la esperanza de vida. Por ejemplo, la esperanza de vida en Alemania se disparó desde los escasos 30 años todavía en 1860 hasta los 60 años hacia 1930, antes de la utilización de los antibióticos para combatir distintas enfermedades. Las tasas de natalidad en la mayor parte de Europa y Norteamérica comenzaron a disminuir a finales del siglo XIX, y en forma especialmente brusca en el siglo XX. En la actualidad si no existiera la inmigración, la mayoría de los países industrializados tendrían poblaciones decrecientes.

Muchos otros países industrializados, como Japón, Taiwan, Corea y Australia, han sufrido una transición demográfica parecida. En la mayoría de los casos esta transición se inició en una época más tardía que en Europa occidental y Norteamérica, pero en cambio se produjo de forma más rápida. En los demás entornos la situación es más complicada.

En casi todas las partes del planeta las tasas de natalidad son mucho más bajas que hace 50 ó 100 años, pero las tasas de mortalidad son en muchos lugares más elevadas que las existentes en los países ricos hace 100 años. En ciertos lugares, concretamente en zonas de Africa donde se halla muy extendida la infección por VIH, y en la Rusia post-soviética, donde se han derrumbado las diferentes estructuras de servicios, las tasas de mortalidad han comenzado de nuevo a aumentar. La epidemia del VIH ha sido más crítica en las ciudades africanas, donde los varones que llegan en busca de trabajo mantienen relaciones sexuales con prostitutas que muy probablemente sean portadoras de dicha infección. Algunas poblaciones urbanas presentan unas tasas de infección superiores al 25%, y los emigrantes que retornan a casa propagan la enfermedad por las zonas rurales. Los expertos no logran ponerse de acuerdo en cómo será de grave en el futuro el impacto sobre la población rural. Hasta ahora, las altísimas tasas de nacimiento rurales hacen que la mayoría de las poblaciones africanas rurales sigan aumentando a pesar de las crisis políticas, económicas y sanitarias.

En muchos países pobres las tasas de natalidad siguen siendo elevadas porque los padres creen que tener muchos hijos constituye la única forma de garantizar que alguno de ellos sobrevivirá hasta llegar a adulto. Además, en estas áreas menos industrializadas son pocos los trabajos que requieren una educación formal, por lo que los niños pueden comenzar a contribuir a la economía familiar a edades bastante tempranas. No deja de constituir una ironía que las altas tasas de natalidad sean las que probablemente contribuyan a mantener la pobreza en estos países.

Las tasas de natalidad se ven firmemente frenadas por una prosperidad creciente. La urbanización produce el mismo efecto, ya que al trasladarse las familias a las ciudades, les resulta mucho más costoso adquirir o alquilar una vivienda para una familia numerosa. La urbanización retarda igualmente el momento en el que el individuo está en condiciones de obtener unos ingresos significativos, ya que desplaza a la sociedad hacia los trabajos que requieren como mínimo una formación básica. La formación de la mujer es un tercer factor que influye de manera notable en las tasas de natalidad. Las mujeres con formación tienen más probabilidades de que se les presenten oportunidades personales que entren en conflicto con un matrimonio temprano y la crianza inmediata de los hijos; además, es más probable que sepan cómo acceder y utilizar los controles de natalidad. Algunos países, especialmente China, han reducido drásticamente las tasas de natalidad, incluso en poblaciones rurales pobres, aplicando incentivos económicos y medidas de fuerza.

A lo largo de los últimos 100 años, a medida que en muchos lugares han ido disminuyendo las tasas de mortalidad, la población mundial ha ido aumentando a un ritmo mayor que en cualquier otra época anterior. Las tasas de natalidad en los países desarrollados han comenzado igualmente a descender, y en ello está jugando la planificación familiar consciente un papel de importancia creciente. Así pues, muchos expertos opinan actualmente que la población llegará a estabilizarse en algún momento antes del año 2100, pero después de haber aumentado al menos en 2.000 millones.

El gran número de zonas pobres y no industrializadas en las que las tasas de natalidad y mortalidad siguen siendo elevadas impide a los expertos llegar a un consenso en cuanto a la cifra en que se estabilizará la población. Las estimaciones oscilan entre los 8.500 y los 20.000 millones, con una dispersión tan amplia que impide ponerse de acuerdo en lo que puede significar la combinación de una población aún mayor con una gran desigualdad económica para la sanidad global, el entorno y la calidad de vida.

Sin embargo, podemos tener casi la plena certeza de que, al igual que en el transcurso de los últimos miles de años, la población continuará conformando las economías humanas, la vida cotidiana y el entorno en el que vivimos.

Acerca del autor: Kenneth Pomeranz es profesor asociado de Historia en la Universidad de California, en Irvine. Es autor, entre otras publicaciones, de Growing Off the Land: Economy, Ecology, y The Making of a Hinterland: State, Society and Economy in Inland North China, 1853-1937.

Crecimiento de la población

Exceso de población

La principal causa de casi todos los problemas medioambientales es el rápido aumento de la población humana, que actualmente alcanza la cifra de 6.525 millones (2006) de personas en todo el mundo. Cada día hay 250.000 nacimientos, lo que suma 90 millones al año. A este ritmo, la población global llegará a los 10.000 millones en el año 2050. Aun en el caso de que la fertilidad disminuyera hasta una media de dos hijos por mujer, las cifras absolutas aumentarán, al menos, en otros 3.000 millones. Esto explica por qué la población mundial es, en promedio, muy joven.

Las necesidades básicas de todos estos seres —alimentación, vivienda, calor, energía, vestido y bienes de consumo— plantean una tremenda demanda de recursos naturales. Si no se producen cambios en la tecnología, el uso de la tierra y las medidas de control de la natalidad, esta demanda aumentará forzosamente.

La presión del aumento de la población sobre el medio ambiente viene determinada tanto por su distribución como por su cifra total. El 90% del crecimiento actual tiene lugar en los países en vías de desarrollo, en los que, para el año 2025, se concentrará el 84% de la población mundial. Kenia e Iraq, por ejemplo, presentan un ritmo de crecimiento de casi el 4% anual, con lo que duplican su población cada 20 años. En algunos países desarrollados, como Japón y Francia, se necesitarían alrededor de 400 años para doblar sus poblaciones.

Los países industrializados, con un nivel de vida más alto, son los responsables de la mayor parte de la contaminación atmosférica, del efecto invernadero, del agotamiento de la pesca y de la deforestación. Sin embargo estos países pueden reducir, también, los riesgos medioambientales al utilizar las nuevas tecnologías como dispositivos anticontaminantes en chimeneas, sistemas de autorregulación de emisiones, e instalaciones para el tratamiento de las aguas residuales. Aunque los países en vías de desarrollo consumen muchos menos recursos por persona, la alta densidad de población produce un gran agotamiento del suelo, los bosques y los recursos acuíferos. Las nuevas tecnologías no contaminantes son económicamente inaccesibles para esos países.

Urbanización

Otra tendencia de la población global, la rápida urbanización, proporciona una mejor calidad de vida. Tres cuartas partes de la población de los países industrializados y un tercio de los que están en vías de desarrollo vive en núcleos urbanos. Para el año 2025, dos tercios de la población mundial tendrá carácter urbano. Aunque estas zonas generan mayores concentraciones de polución, también suministran servicios, como agua y electricidad, mucho más eficazmente.

La urbanización tiende también a que se produzcan menos nacimientos. Esto sucede porque la población que vive en las ciudades, especialmente las mujeres, tiene un nivel educativo y de ingresos superior, factores íntimamente relacionados con el descenso de los índices de natalidad. En Taiwan y Corea del Sur, por ejemplo, el aumento del nivel de vida y de la educación han propiciado que las familias sean menos numerosas, descendiendo a la mitad el crecimiento de la población. Los gobiernos y numerosos organismos privados están actualmente trabajando en el control de la población a través de medidas de información sobre la planificación familiar y de los impuestos y otros incentivos para disuadir formar familias numerosas.

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